Las plantas de Celulosa del Uruguay.

Texto extraído de artículo escrito por el Dr. Adolfo Terragno


Artículo adjunto extraído de: www.terragno.org.ar

Todo comenzó cuando la Corporación Financiera Internacional (CFI), miembro del Grupo Banco Mundial, recibió el pedido de financiar dos proyectos:

           Orion, llevado adelante por Oy Metsä-Botnia Ab, de Finlandia.
            Celulosa de M'Bopicuá (CMB), a cargo del Grupo Empresarial ENCE, de España.

El gobierno de la República Oriental del Uruguay entusiasmado con ambos proyectos no quiere ceder. Donde Botnia fabricará pulpa, hoy existe una astilladora de pinos y eucaliptos: Uruguay exporta astillas baratas e importa papel caro. La inversión en Orion y CMB (US$1.800 millones; la mayor en la historia del país) ayudará a transformar una economía que, hasta ahora, cambió materias primas por manufacturas. Su única fábrica de celulosa (Fábrica Nacional de Papel, FONAPEL, instalada en Juan Lacaze, Colonia) produce 35.000 toneladas de pulpa: apenas 2,33% de lo que se fabricará en Fray Bentos. En cuanto a tecnología, Orion y CMB emplearán la usual en Estados Unidos y Canadá. Las plantas uruguayas alegan en Montevideo serán más modernas (y menos contaminantes) que la mayor parte de las argentinas.

 No hay producción inocua de celulosa. Lo importante es establecer, en cada caso, si una planta causará daños grandes o minúsculos. Serán grandes si la planta libera demasiadas dioxinas y furanos: elementos sospechados de producir cáncer, trastornos neurológicos y alteraciones endocrinas.

 Para fabricar celulosa, primero hay que eliminar (con soda cáustica) la lignina de la madera. La pulpa resultante es oscura y aun tiene restos de lignina. A fin de obtener una pasta pura y blanca, hasta hace poco tiempo se usaba cloro gaseoso.

 Combinado con los restos de lignina, el cloro caseoso producía gran cantidad de dioxinas y furanos.

 En los últimos años, fue reemplazado en países donde se procura preservar el ambiente por el dióxido de cloro (ClO2), base de un proceso denominado Libre de Cloro Elemental (en inglés, ECF).

 No hay duda que es el método ideal, porque reduce las dioxinas y los furanos a cero. 

 Este proceso exige usar sólo fibras vírgenes; no papel reciclado, que pudo haber sido hecho con cloro.

 El TCF es empleado en Escandinavia, Alemania y Austria, para satisfacer la demanda de mercados que por convicción ecologista se niegan a consumir papel producido con cloro o derivados, y prefieren pagar más por papeles fabricados con “tecnología limpia”. FONAPEL anunció en 2003 su interés de pasar del cloro gaseoso al TCF, pero no hay detalles sobre la marcha de ese proyecto.

 En el mundo, 80% de la pulpa se blanquea mediante la secuencia ECF; sólo 7% a través del proceso “ideal”. Las plantas de Fray Bentos seguirán, también, la secuencia ECF. La contaminación no será cero; pero estará dentro de los límites que el mundo desarrollado juzga “tolerables”.

 Los efluentes no se limitarán a la cantidad (reducida) de dioxinas y furanos. Las papeleras liberan otros desechos, como metanol o amonios, menos agresivos pero no inertes. La firma alemana Julius Schulte Söhne, que tiene una planta en pleno Dusseldorf, procuró resolver el problema mediante un “circuito cerrado de agua”: el líquido nunca sale de la planta.

El circuito cerrado sistema que en la Argentina emplea Celulosa Campana es un perfeccionamiento; pero no la panacea. El agua que interviene en la producción de pulpa debe ser purgada, y las impurezas son, luego, quemadas o biodegradadas. Parte de los contaminantes que no fueron a un río, suelen terminar en el aire.  Los residuos sólidos van a rellenar suelos.

 Está claro: la industria del papel, como cualquiera, contamina. Si no se quiere vivir en una sociedad pastoril dependiente de naciones industriales, capaces de administrar los riesgos ambientales y no renunciar a las fábricas  se necesitan reglas que recorten los riesgos.

 Mientras no haya tal legislación común, conflictos como el actual deben resolverse  con sensatez.